La fama cuesta

Las televisiones se han quedado
en un reducto de canales que ofrecen
sobre todo la llamada “telebasura” es decir, programas carentes de cualquier
contenido relacionado con lo dicho anteriormente en la balanza de lo positivo, lo
divino y lo humano, lo culto, la educación, el respeto, etc.
“La fama cuesta” decía la profesora
de la serie homónima de las televisiones de los años 70 en todo el mundo
occidental. Afortunadamente no todo es lo que sale en la tele, ya se puede
existir sin salir en ella, hay vida más allá y vida con muchas, muchísimas,
posibilidades de éxito, una buena parte de ellas incluyen la fama.
Sin embargo, en tiempos de crisis
para el sector televisivo, el respeto se perdió hasta entre compañeros, que no
necesariamente amigos, de cadena. Tradicionalmente había buen rollito entre
compis que compartían parrilla en la misma radio o tele, sobre todo si se salía
en pantalla. Hoy eso ha desaparecido o cuando menos ha quedado en evidencia con
demostraciones celosas que anteponen
cuestiones personales al interés de la cadena que defienden o que confía en
ellos. Es el caso de las presentadoras de TVE, Igartiburu y Montero, que no han
hecho más que alimentar el morbo, la caspa y la falta de respeto en la pequeña pantalla, con el ataque de la segunda a la primera.


La fama cuesta. Cuesta alcanzarla,
cuesta trabajo, esfuerzo, a veces los sacrificios afectan a la familia y a los
amigos. Cuando se alcanza se camina sobre gas, sin tocar el suelo, perdiendo la
perspectiva. Los que han alcanzado la fama de la misma manera que el prestigio,
cuando la pierdan, cuando se den cuenta de que la fama fue algo efímero, sobrevivirán porque el prestigio no tiene pies de barro.
Tantos desvelos para nada. La
fama no merece el esfuerzo de estirar la cabeza por la calle y decir vaguedades
en público para que la gente se fije en ti y te regalen los oídos con frases
como “mira, ese sale en la tele” o “es fulanito de tal, el de la tele”. Lo más
probable es que digan “mira al estirado ese” o “qué creído se lo tiene”.
Si esas cosas ocurren además en
las televisiones públicas deseemos ¡¡larga
vida a los libros y a los libreros!!
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