Literatura y otros libros o desconexión neuronal automática
Uno es esclavo de sus errores. Uno
es marioneta de su ignorancia.
La vida es un continuo
aprendizaje, cada decisión implica una elección, incluso la elección de no elegir esperando que sean otros los que
tomen decisiones por nosotros. Cada día aprendemos, cada día nos arriesgamos,
cada día vivimos.
Sin embargo, hay personas con la
tremenda capacidad de realizar una desconexión neuronal automática cada vez que
alguien les corrige, les advierte de algún error, les indica que lo que hacen
puede no ser lo correcto. No sé si esa capacidad es eterna, es decir, dura
hasta la sepultura, o acaba haciendo pagar un amargo precio a quien la posee. En
muchas actividades de la vida un gran número de decisiones incorrectas se
quedan en eso, en incorrecciones más o menos subsanables, más o menos
dolorosas, amargas, vergonzosas o lo que sea según las circunstancias. Pero en
la sociedad actual, en la que todo se graba y se cuelga en la red, en las redes
sociales o en YouTube, que sale en televisión o en radio, que se publica en un
periódico, etc., la ignorancia puede
quedar publicada a los cuatro vientos, virtuales incluidos, para la eternidad.
Cuando empecé a escribir esta
bitácora, hace algunos años, algunas de las entradas eran recensiones sobre algunos
de los libros que leía. Pronto se me presentó la duda, ¿qué hacer cuando el
libro es de algún amigo si no me ha gustado? Aquél desasosiego aún me dura. La
decisión fue escribir sobre algunos libros
que consideraba muy, pero que muy interesantes, y obviar los demás.
Cuando se repasa el historial de los grandes de la
literatura universal, muertos y vivos, siempre hay alguna obra que es considerada
por la inmensa mayoría, crítica incluida, como una obra menor. “Menor”,
eufemismo. Ojo, no “mala”. Obras “menores”
de grandes escritores tienen calidades literarias difíciles de alcanzar
por los mortales que escribimos. Dicho esto, hoy en día sabemos que se publica
mucho. Me refiero a ficción, no a libros de consumo sobre autoayuda,
gastronomía o tópicos de cualquier
índole. En cierta ocasión, una artista que yo respeto como tal y a la que una
editorial ofreció firmar un libro de cocina coincidió en mi presencia con una
escritora que también estaba promocionando su libro; la artista, al ser
presentados, dijo “Ah, ¿tú también eres escritora?” sin ver la cara de estupefacción
de los presentes.
Pues como la artista, escritores
que andan a bocinazos diciendo que lo son forman parte cada vez en mayor número
del ya de por sí bastante numeroso grupo de la hoguera de las vanidades
literaria. En los últimos años he leído varios cientos de libros, algunos muy
buenos, otros entretenidos, la gran mayoría con suficiente calidad literaria
como para estar en los anaqueles de las librerías o en las bibliotecas
particulares de los lectores. Unos cuantos eran simplemente historias
regularmente contadas. Tres son malos de solemnidad. Son de tres autores que conozco personalmente
(conozco a docenas), dos de ellos
triunfaron vendiendo varios miles de ejemplares hace años, el tercero no va a
vender los quinientos de su tirada inicial. No son conscientes de que sus obras
publicadas van a quedar ahí para siempre, con sus tremendos errores a la vista
de cualquier lector.
Querido amigo autor, la
literatura es mucho más que publicar un libro gracias a un editor generoso que
sabe que, por ser artista o tener buen agente, vas a vender lo justo como para
que la edición no cueste. La literatura no es cortar y pegar lo que “asesores”
amigos te han facilitado dejando en evidencia unas diferencias enormes en el
estilo y la construcción de las frases. La literatura no es usar para los diálogos
frases hechas sacadas de cualquier película. La literatura no es usar un manual
de escritura para nuevos escritores, que hay muchos a la venta, sobre todo en
inglés. Hay épocas, como en los albores de la historia (es solo un ejemplo), en
los que ni había millas ni quilómetros, ni mucho menos millas y quilómetros
juntos en expresión del mismo personaje.
Ni se sabía en Stonehenge que había un
lugar llamado Alsacia ni que existía una región mediterránea llamada Judea. Tampoco
se fabricaban medicamentos.
Los biólogos se dedican a la
biología o a salir en la tele, Ana Obregón es un buen ejemplo. Los periodistas
a informar. Los maestros a la docencia. Los cantantes a la música. Algunos de
ellos escriben libros, muy buenos libros. No es el caso.
Sé que no vais a leer esto porque
tenéis gran olfato y las veis venir. Bendita capacidad de desconexión neuronal. ¡O no?
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