Ardillas

Y de pronto, seguramente de forma accidental la primera vez y tras muchos intentos las veces siguientes, el hombre, el ser humano, para ser políticamente correctos, descubrió el fuego, la forma de hacer fuego. A partir de aquel momento tan importante para todo el devenir de la humanidad la combustión se convirtió en imprescindible. Una magnífica, película realizada en 1981 por el francés Jean-Jacques Annaud, titulada “En busca del fuego” ilustra maravillosamente aquél suceso.
Un poco de leña y  hierba seca o paja para comenzar la combustión eran suficientes. Con el paso de los siglos el ser humano aprendió a conservar el fuego  y, más tarde, a encender el fuego sin mayores problemas. El proceso seguía generalmente una secuencia, hacer acopio de leña en el bosque, ramas secas  o tronzadas por los rayos, arbustos  con alta capacidad de combustión como la urce, excrementos animales secos, piñas, hojarasca, etc.
El círculo de fuego es común a muchas culturas de siglos precedentes, tanto en África, como en Europa. En los cinco continentes. Donde tal vez aún es visible es en Norteamérica ya que los círculos de fuego han sido usados por los nativos de las Primeras Naciones, así se autodenominan los que nosotros conocemos popularmente como indios, esquimales, etc., hasta hoy en día. Muchos lugares de acampada públicos (campgrounds) los reproducen como lugar de reunión alrededor del fuego, de reunión de viajeros que comparten vivencias tal como los de las Primeras Naciones, léase Athabaskan, Apaches, Navajos, etc., hicieron a lo largo de los siglos, así lo cuento en un capítulo de mi novela "Las luces del Norte". En la vieja Europa, los habitantes de pueblos y aldeas mantuvieron el ritual de hacer acopio de leña, no por ritual sino por necesidad para no morirse de frio durante el invierno, realizando viajes y viajes al monte cercano hasta llenar el alpendre que garantizaría el calor del hogar durante los crudos meses invernales.
El pasado fue ayer, tal vez esta mañana. En las aldeas los paisanos y paisanas se acercan con el carretillo a su parcela de pinar, a su monte, o al comunal, y recogen ramas, arbustos secos y piñas que apilan en el “cubierto” para que sequen algo más y luego al fuego,  a la cocina de hierro o a la chimenea.  El invierno pasado lo seguían haciendo.
Este invierno también, o no. Si, hasta que a una vecina de avanzada edad, que si viviera en una ciudad estaría jubilada pero como vive en el rural no lo estará nunca, se le ocurrió repetir lo que hizo varias veces al año casi todos los años de su vida, siguiendo una costumbre que le vio hacer a sus padres y aquellos a sus abuelos, ir a por leña a su monte, recoger ramas pequeñas caídas de los árboles, recoger piñas del suelo que se habían desprendido de sus pinos, suyos de ella, acciones con las que además de proporcionarse combustible realizaba la limpieza de su monte reduciendo la posibilidad de incendios durante el verano.
Lo que no esperaba la pobre señora es que delante de ella, y de su carretillo,  se detuviera un vehículo de medioambiente del que salieron dos hombretones uniformados que, a la vista de lo que contenía el carretillo  le preguntaron que qué hacía, a lo que la señora contestó lo que tenía que contestar, que venía de su monte de recoger leña y piñas. Los muchachotes, muy amables, le dijeron que devolviese las piñas a su  sitio y que por ser la primera vez que la paraban no le pondrían una multa de 300€ por atentado ecológico al sustraer el alimento de las ardillas.
Tras obedecer sin rechistar, la mujer se quedó pensativa durante tantas horas que no consiguió dormir en días pensando en las atrocidades que había cometido, ella y sus antepasados, sus vecinos y sus respectivos antepasados, con las pobrecitas y vistosas ardillas que  poblaban su monte, sus montes. Ardillas como las que perecían churrascadas al final de cada verano por incendios provocados por especuladores, con fines económicos y/o políticos que siempre estarán dispuestos a vendernos energía nuclear ecológica.

Comentarios

  1. Hay que ver las atrocidades del ser humano, cuando era normal mantener el monte limpio usando esa " basura " para otras cosa, ahora resulta que no se le puede quitar la comida a las pobres ardillitas del bosque.
    Bonito relato Pemon.

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  2. Gracias por acercarte a mi bitácora. Gracias por tu comentario.

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  3. Costou cabuxo,costou... pero pagou a pena agardar.

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  4. Xa ves, cabuxo anónimo, un tempo para cada cousa, cada cousa no seu tempo.

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