Costa Rica

En una calle de San José
Costa Rica no defrauda. Yo también sentí durante años la atracción por ese país sobre el que había visto fotografías, reportajes y documentales, en los que se reflejaba un color impresionante, el que regala la naturaleza tropical a los visitantes, ese que los grandes fotógrafos son capaces de captar.
Durante mi primer viaje a Alaska, allá por el año 1993 del pasado siglo (¡qué vértigo!), en varias ocasiones he escuchado a algunos de los residentes en el estado de “la última frontera” que llegado septiembre, con el final de la temporada turística veraniega, recogían sus bártulos y se dispondrían a marchar a Costa Rica, a invernar en el lejano país tropical. Algunos solían realizar el viaje en moto, en sus estupendas Harley Davidson, otros en autocaravana o en avión. Algunos alasqueños son como los osos, se retiran a sus cuarteles de invierno, y regresan, como las ballenas, cuando el clima es menos adverso.

Vi, en una calle de San José
Costa Rica no defrauda. Tuve la oportunidad de visitar ese hermoso país en el año 2003, acompañado por mi hermano Vi. Descubrimos de golpe la realidad de una capital, San José, humilde y acogedora, con sus gentes siempre sonrientes, extrovertidas, de fácil acceso, pero también con la realidad de un país con altos niveles de pobreza que siempre acaba generando violencia y miedo. Nos quedamos con lo bueno, con el esmero con el que cuidan sus numerosos Parques Nacionales, los de la selva húmeda, la que se orienta hacia el Caribe, o los de la selva seca, la que está más próxima al océano Pacífico. Y con sus esfuerzos por consolidarse como un país que promete, que quiere un futuro mejor y que lucha por él.

Recuerdo de una manera especial la visita a la cuenca del río Hondura, en la que adentrándome diez o quince pasos en la selva fue suficiente como para sentir el vértigo de la desorientación en un medio desconocido para mí, de hecho, ni el espantoso ruido de la transitada carretera se filtraba a través de tan denso follaje.



Como también es un espectáculo bañarse en las playas de arena volcánica al tiempo que se vislumbra de una puesta de sol en el océano Pacífico.
Por cierto, a cierta distancia de San José, en dirección este, hay un restaurante del tipo de nuestros mesones en el que sirven comida tradicional tica, se llama Casa de Doña Lela, me gustó tanto lo que allí comimos que le di su nombre a una venta de las afueras de la Ciudad de los Reyes, léase Lima, en mi novela El Informe Manila.
En futuras entradas habrá un tiempo para Panamá, que fue la segunda parte del viaje a Centroamérica.
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